Vendrán más años ciegos y nos harán más gilipollas…

Ferias como Arco nos recuerdan periódicamente que en ninguna época anterior disfrutó el Arte de tanta actividad, ni fue reconocido a edades tan tempranas. Como señala la directora de la feria, Maria Corral, ”nuestros artistas más internacionales son gente muy joven, toda una generación nacida alrededor de los setenta”. A pesar de que ese reconocimiento pueda resultar a menudo inestable, a juzgar por las inquietantes y amenazadoras palabras del director de museo, E.Juncosa: “la categoría internacional puede ganarse o perderse” (sic).

Pero hablamos otro día del camino espinoso que distingue a los artistas laureados o de la necesidad de ferias, bienales y mercados. A lo largo de todo el año en diarios, suplementos dominicales y revistas especializadas que recogen abundante información visual y declaraciones de los protagonistas, lo más curioso es que la mayoría de los entrevistados no son, cómo cabría esperar, pintores, escultores o productores de algo -como queramos llamarlo-, sino una nueva clase de intermediarios entre las obras y el público aficionado. Comisarios (?), curadores (?), directores de galerías y museos, los nuevos protagonistas, profesionales del Arte mucho más elegantes, posan en las fotos con soltura de modelo y ternos de firma limpios de cualquier mancha. Mientras, reflexionan sobre su función.

Unas cuantas respuestas, en un mismo suplemento, a la pregunta directa sobre la labor de estos nuevos “agentes –comerciales- culturales”: M. Solar pretende “conducir el pensamiento”; A Zaya se cita a sí mismo: “ya lo dije en 1997 (?), la curaduría (sic) Es una forma de sanación de mi mismo, yo no curo al arte” –habla un sincero-; para A. Pérez Rubio su labor “es un catalizador de los acontecimientos que pasan a su alrededor”; para O. López, “facilitan la muestra de artistas dentro de un contexto específico (…) conceptualizar la obra dentro de una exhibición”; otro insiste en comparar su actividad con la de “un director de cine” y la de las instituciones que sufragan sus… películas? con la labor del “productor”.
“En arte yo busco la subversión”, dice H. Szeemann, uno de los poderosos nuevos intermediarios internacionales. Sigue una larga entrevista: “-Qué esta haciendo ahora? -Preparo una exposición que se titulará Blood and honey, que es el sdo de la palabra Balcán (…) otra que se titulará La belleza del fracaso y tratará sobre la anarquía, el arte total y los nuevos artistas.” Un poco más abajo, el periodista pregunta: “-Usted cree en la utopía en arte, pero cree en la utopía para la política? -Para mí, la utopía es una fuente de energía. Mientras sueñas con la utopía es algo hermoso, pero cuando tratas de realizarla se convierte en dictadura. ” Está claro que, para el entusiasta intermediario, el arte es cuestión de títulos dramáticos, temas políticamente correctos, subversión de vitrina y utopía dentro de un orden: Szeemann y su entrevistador que, en una introducción digna de la revista Hola, destaca de aquél, que “toma cerca de 250 vuelos al año buscando artistas inusuales -…voy a tener que barrer mi estudio?- y no para de concebir lemas con cierto sentido poético, que ordenan el arte de nuestro tiempo”, parecen tan sensibles como Mme Bovary.

El romanticismo de pasarela, la literatura de Suplemento Dominical, la rebeldía de patio de colegio y el ejercicio de la soberbia más ciega, en unos cuantos aficionados autoerigidos como portavoces del colectivo anacrónico y tradicionalmente silencioso de los hacedores, financiado por la misma ignorancia en los que manejan presupuestos, se han convertido en el motor de la religión y el negocio que hoy llamamos Arte. Lamentablemente, en el ámbito que nos ocupa a unos cuantos, la indigestión de Historia y el infantilismo importado han vaciado de contenido palabras de las que hoy no cabe sino dimitir.

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