Lo privado y Lo público: políticas de la risa
Parece ocioso reclamar más risa, ahora que nos la venden de mil formas enlatada -industria, producto, género-, soma para el pueblo, pócima del olvido, que aún así, no produce su reacción sino alterando cualquier Realidad que tengamos por cierta. Y desde el chiste más embrutecido a la ironía más silenciosa, la risa, que puede ser invisible, desgarra un orden, trastorna su ‘evidencia’ consensuada: sólo por eso ya, cualquier risa es sediciosa. Entre el divertimento mecánico o repetitivo y la otra risa que rondamos aquí, la diferencia quizá sólo radique en el grado de curiosidad de la Razón del que la goza y la del que la crea y la produce, quizá no tanto mediante un recurso voluntario, como entregándose a un curiosidad más general, ingenuidad primera del juego del crear, que es padecer, desvelar interpretar y nombrar, marcar un mundo hecho de paradojas, de contradicciones siempre dolorosas, siempre inesperadas (lo sabían muy bien Hoffmann, Lichtenberg, Sade, De Quincey, Chesterton, L. Carroll o Baudelaire).
Convendrá pués alimentar la risa para que se haga pública, política de la risa,«Máquina de sitio contra el tirano y la costumbre», Razón. ¿Pero qué clase de Razón? Pues razón que se haga libre, sediciosa; que hasta «el sabio teme la risa»; que la risa asusta al Poder. ¿Pero qué poder es ese?: cualquier poder, también el de uno sobre sí mismo, el propio. Porque la risa se defiende a dentelladas, tal es su potencia -da igual si es estrategia consciente, o “reacción convulsa instintivo-superior”-: su poder para seducir Poder es el des-orden. Y desnudo este absurdo, ¡que hay Nada! dice la risa. Y asienten, lo afirman nuestros sentidos más allá del lenguaje y la Verdad; y allí, Razón pasmada deviene Razón-viva, Razón-libre que así, por fin serena, reintegra, restablece.
¿Y qué tendrá en común la risa con el arte, el juego, el placer, los niños, sino el signo de una Razón que entendiendo -aunque entienda tan poco-, entiende que no hay nada que entender? Porque al final vamos todos a estar muertos. Vivir la inefabilidad de todo lo que nos trasciende hablando, parece lo mismo que hacerlo en silencio con materia acústica o pintura: hacer vivible el absolutamente cierto -tan tonto- sin-sentido de vivir, habitarlo mediante una Razón que lo asuma, lo goce, lo multiplique en su Razón absurda, en su des-orden tan «abandonado, flotante y dichoso» como implacable. Como la risa.
Pudiera ser, lo que está en juego, el sueño de la Unidad romántica, la sutura para Baudelaire, el sueño de Nietzsche de un hombre entero, no dividido por un deber,un cálculo del tiempo, la última transformación, «el ‘juego’, lo inútil, ideal de quien rebosa de fuerza, de quien es ‘infantil’. El ‘infantilismo’ de Dios», que es voluntad de suerte -para Bataille-, «una fulguración en estado puro», que comprende unidos razón y corazón, filosofía y poesía desde Heráclito a Zambrano, la posibilidad completamente abierta, entregada, que no prevé, sino que anima, que no define ni separa sino que comprende y multiplica. «Dar y dar sin contar».
Que ya es la risa la única forma de resistencia posible, la condición de nuestra supervivencia, «el más violento de los disolventes». Que sea la risa más cruel, más insumisa, la que opongamos a tanta pesadez y tanto llanto. Y desde este absurdo… a ser libres.