Heterogenealogía (1998)

«¿Ah… Pero no soy el centro del universo?»

 

Que asco de vida que acaba cuando ¿aprende uno a vivirla?: de algún modo habrá que vengarse de La Injusta -¡la muy corta!-. ¿Y si hubiera forma de reproducir su latido, gozarla más, arañarla, marcarla para poder asegurar mientras pasa -¡la disparada!- que de verdad la vivimos, que era cierta y así, con ella, nosotros también?

Para buscar el conjuro hay que encerrarse en casa. ¿Será una forma de incapacidad para vivir, ésto del arte, la forma de ambición más infantil? ¿Que por querer demasiado (porque lo que le gusta, lo quiere todo; y lo quiere ahora; y no se conforma con verlo, quiere palparlo, hurgar sus adentros, hacerlo) acaba volviéndole la espalda al presente que lo arrebata? Si es que borrarse el ombligo y de puertas adentro jugar a dios que “da lo que no hay, finge lo que no es, transforma y destruye” -dice Zambrano- es renunciar a la vida… Un veneno que borra las horas del día, que se alimenta de él mismo y no duerme hasta que no se agota y vuelta: “Dar, y dar sin contar” -dice Bataille-, como un niño, o un loco, un iluso, “asombrado y disperso” -llama Zambrano al poeta-. Desposeerse, para lograr así quizá multiplicarse: que aquí, si no hay razón se inventa, se entrega al sentido que siente y de ahí al delirio “porque me da la gana”, que “el detalle más nimio desencadene una pasión” –quiere Cioran. Porque todo esto no es por generosidad, es por rabia: sobrevive así, se libra un poco de esa unidad pequeña, humillante, que es ser sólo Uno, si le da por medirse –¡pobre de uno!- a escala del mundo.

 

«¿Y dice Usted que el tiempo… pasa?»

 

Y ya en el juego, a la espalda, otra responsabilidad cómica: verse “como el heredero de una prodigiosa cultura pictórica, de una enorme y rica cultura del arte en general, (…) que hemos perdido, pero de la que siempre seremos deudores. (…) Sin duda, la fotografía es un factor objetivo que ha reforzado aún más el hecho de que hayamos olvidado cierta manera de pintar y que ya no sepamos producir una determinada calidad artística (… y) la función de representación de lo real no basta para explicar esa calidad. Incluso sin existir la fotografía, habríamos perdido la perfección de la ejecución, de la composición y todo lo demás. La literatura y la música están en una situación igualmente lamentable (…) sin embargo, nada equiparable a la fotografía ha sustituido a la música.” dice G. Richter

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Apenas ahora empiezo a conocer las herramientas, apenas ahora empieza a armarse y desarmarse como espero mi mano y mi memoria: oficio de hacerse haciendo. … Hasta que deje de hacerse.

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Hermandad en el caos, com-pasión de mi carne y la ajena, mímesis: no hay nada más emocionante, no hay más orden para mí que lo corpóreo, el dibujo inagotable de lo vivo.

Y sin embargo, suele estar prohibido tocar casi todo lo que deseamos y no nos pertenece -la dichosa propiedad privada… ¿no habría de haber caridad de usufructo? ¿Y si uno no aspirara a poseer la llave, la fórmula de la esencia, sino a gozar su perfume?
Tampoco hay lenguaje que desde el exterior de la pintura pueda llegar a conocerla en profundidad: ni siquiera para otro pintor -«el especialista»- es posible descifrar del todo el proceso que atravesó una pintura que se nos presenta acabada. En algunos museos, ni siquiera es posible acercarse a los cuadros a una distancia suficiente cómo para poder apreciar la forma en que fueron realizados ni, mucho menos, acariciar su superficie…

 

Sistema mínimo, “heterogénealogía”

 

Pintura impura, impostura que no mienta y otras formas de habitar la indecisión. Y el silencio. Componer música, escribir, pintar: del todo al detalle y vuelta para precisar el sueño, algo de alucinante, mucho de hacer obsesivo, y no hay que olvidar el azar, la suerte, que siempre acaba viniendo a ordenar con su orden imprevisible y a librarme a mi de mí, cuando ya no me soporto.

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“Bruto para darme un puñetazo, sutil hasta la neurastenia (…) ¿acaso podría librarme de mi funesta pluralidad?”: “en lugar de agobiarte intentando ser uno, acéptate numeroso”, dice A. Cravan.

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Pintando, ser pintor: la metafísica para leer antes de dormir, o discutirla en un bar. La libertad, no para conquistarla sino “hacer uso de ella, encarnarla” -dice Bataille- en lo que haga.

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“Igual que una pequeña obra de arte (…) totalmente separado del mundo circundante y cerrado sobre sí mismo como un erizo (…) en un cuadro no intento otra cosa que reunir, con la mayor libertad posible, y de manera viva y viable las cosas más diversas y más contradictorias. Y no paraísos…” decía G. Richter.

 

Todo rigor es rigor mortis

 

“¡Qué oficio -dios mío-, qué oficio!” -decía El rey pasmado. ¿Y dónde voy, arrastrando cuadros que ya no me importan de aquí para allá, si cuando logro deshacerme de unos pocos al tiempo se reproducen? Hay pinturas que ya no me pertenecen y otras que ni siquiera recuerdo haber pintado. La idea, la «unidad» de mi «estilo», mi obra, me mata (no solo de risa): se verá al final, conjunto imposible, desperdigada en distintos basureros donde van a parar los muebles que aligeran las mudanzas, abandonada con algún remordimiento primero, como liberación, después, de lo que un día pareció importante y ya no lo es. La vida seguirá sin uno -la muy perra…- así es que demasiado se parecen aún mis cuadros entre sí. Lo sabía muy bien Elmyr, el mayor falsificador de cuadros del siglo XX.

 

«¿Y dice usted que hay que renunciar… a qué? »

 

La pintura, si lo fué, nunca la quise hacer el centro de mi vida. Podría dejar de pintar: pero no podría dejar de pintar, juntar sonidos y juntar palabras. Y aún así, a veces consigo olvidar semejante especialidad…