Me acostumbré sin preguntas, me entrené sin treguas, perfeccioné mi blindaje, bruñí mi escudo. Y en vez de abandonar de una vez este campo de batalla interminable y tantas veces arrasado, vuelvo a ajustarme el casco machacado por los golpes, recompongo la coraza mutilada, sigo arrastrando mi armadura intolerable, mientras empujo cuesta arriba una roca que siempre rodó contra mí.
Ya no siento ninguna herida. Observo mi sangre goteando, impasible.