A propósito de algunos cuadros (1995)

 “- ¿No es verdad, señor Degas, que se siente, en este lienzo, la influencia de Maeterlink? – Señor, -contestó Degas con su contundencia habitual- el azul sale del tubo y no del tintero”. (A. Vollard, Memorias de un vendedor de cuadros)

“No tengo intenciones, ni sistema, ni dirección. No tengo programa, estilo, objetivo. No me interesan los problemas de oficio, los temas de trabajo, las variaciones hasta la maestría. Rehuyo el encorsetado, no sé lo que quiero, soy inconsecuente, indiferente, pasivo; me gusta lo indeterminado, lo desmesurado, la inseguridad permanente”. (Gerhard Richter)

La pintura procede por hechos, no por razonamientos. El mismo Vollard prevenía en contra de dar orientaciones al aficionado: un comprador le devolvió un cuadro cubista cuando supo que éste no representaba un paisaje -como él creía- sino un hombre tocando la guitarra… Para paliar el inconveniente de los libros que, como las pinturas, «se presentan como seres vivos» pero no contestan una palabra a las preguntas que les hacen, Platón imaginó el diálogo filosófico. Yo, mucho más modesta, intento aquí unas glosas -necesariamente breves- para aclarar algunos posibles malentendidos, sabiendo que quizá origine otros nuevos y que, en cualquier caso, no preocupa en absoluto a las pinturas lo que yo pensaba de ellas. Simplemente anoto algunas ideas sobre el origen de unos cuadros y el proceso al que asistí, desoyendo, como siempre, las advertencias que me hacen los mayores -una es de natural generoso…

“El suelo te hará tropezar” (J. Genet, Para un funámbulo).


89aELMONSTRUOEl monstruo*

No sé a qué monstruo me refería entonces, porque seis años después recuento dos. Pinto autorretratos desde que empecé: una misma es el único modelo que siempre se reconoce, el único que no se ofende o se objeta, el que mejor se presta al disfraz. Yo, que “comprendo todo y a todos y soy nada y soy nadie”, escribía B. Shaw. Éste es, antes que nada, un retrato costumbrista con animal de compañía. La mascota, que no tiene nombre, es un engendro de peluche, madera y objetos encontrados que me regaló su autor durante una época gozosa en la que producíamos pequeñas esculturas articuladas, monstruos que hoy habitan en las casas de unos pocos. Mientras, descubría a Beckmann, a Schiele, a L. Freud, la imposibilidad de tenerlo todo y el precio de seguir queriéndolo.

88retgusRetratos

 Una cara, un retrato, también puede no ser un tema, sino más bien la ausencia de éste, con una escala excesiva que, pintando, a dos palmos del soporte, difumina el referente. Cualquier excusa sirve para empezar a pintar; cualquiera que haya pintado alguna vez, sabe que el resultado depende de otras cosas. Empecé a pintar por placer y sigo haciéndolo: nunca me ha interesado comprender qué clase de mala conciencia justificaría el sacrificio del asunto por excelencia, lo humano; dar por superada toda la pintura anterior a este siglo. En 1988 seguía siendo suicida -o simplemente ingenuo- presentarse a concursos o andar buscando galería con una carpeta llena de gente -pintada- bajo el brazo; inútiles y fatigosas las explicaciones. Tanto rechazo estimula: he seguido acumulando cabezas. Holbein, Rouault, Toulouse L., Dix, Soutine… Me olvidaba agradecer todo Kokoschka, los retratos de Auerbach, sus dibujos y algunos de Giacometti.

90DesELNAUFRAGIOIIDesastres

Nunca hago bocetos: me aburre, perdería emoción por el camino; trozos de fotos me sirven de apuntes que al poco tiempo pierdo, o mezclo, o modifico, o no; lo que necesito, lo invento; si algo no me gusta, lo destruyo o sigo hasta que me satisface; a menudo, no decido el formato hasta que el cuadro está casi acabado. Después, cuando el resultado no me ha bastado con el paso del tiempo, sí que he hecho alguna segunda versión: cuatro años después del primero, pinté este otro “Naufragio”, que quise más grande, y resulta más duro que el anterior. Me gustaba el color de una tempestad de Rousseau, las olas en los grabados japoneses y los “Estados del mar” de R. Bosman.

90-DesastresLA-CAIDA-IEn la primera versión de “La caída” hay residuos de Van Gogh; en la segunda, me seguía interesando ese avión desplomado: la abstracción de hierro, sangre y paisaje violentado, de acción interrumpida con contundencia. Dibujé empastando o, más bien, el dibujo es lo que dejé de trazar entre las manchas de pasta. ¿Dejaría por esto, a su vez, de delimitarlas? No he vuelto a hacerlo desde entonces, pero tampoco lo descarto, me gustó: como los diferentes soportes, es otra posibilidad más, solo que cuando acabo un cuadro suelo buscar una experiencia distinta en el siguiente. Por otro lado, me interesaban ciertas calidades cromáticas de los cuadros de Monet, de Bonnard… estas cosas acaban resultando más evidentes en unos cuadros que en otros: sólo son puntos de partida. En cuanto a los títulos, en general se fijan ellos solos mucho después -es curioso que me parezca importante matizar lo que debería ser obvio: reuní como “Desastres” ocho cuadros pintados, sin conciencia de constituir una serie, a lo largo de varios años muy distintos. De vez en cuando, aún aparece alguno nuevo.

90apenelopePenélope*

Al término, mis cuadros son el resultado de acumulaciones más o menos detenidas, de pintura húmeda y seca, pegotes, cremas, velos, arañazos, acotaciones, correcciones, fragmentos más o menos difíciles (algunos que ya no me satisfacen y otros de los que me honro), colores que perseguía, torturas o caricias que el ánimo ha ido infligiendo a la superficie, sedimentos de aspectos que me interesaron de otras muchas pinturas. Van Der Weyden y Picasso, C. Sherman y Gauguin. Hasta que me fue dado su nombre, Penélope fue primero la donante del cuadro.

La fuga*

“Ante el retrato de J. P. Laurens, que representa a la reina Hildeberte huyendo del palacio, alguien preguntó: – Pero, ¿ por qué huye? Degas contestó, como pensando en otra cosa: – Porque le parece que desentona con el fondo.”

Me divirtió leer la anécdota que recoge Vollard en sus memorias, mucho tiempo después de acabar este cuadro que ahora, inesperadamente, la ilustra. Era poco después de Navidad y rodaba por la casa una corona de cartulina que a veces yo me encasquetaba -soberana obstinación- a falta de otros homenajes.

91aLaFuga

El bosque de fondo, el telón, representa otro cuadro -un paisaje del jardín botánico, con el que siempre andaba tropezando por el estudio minúsculo; lo recorrí frente al disparador automático -me gusta C. Sherman. Tiene algo de cuento: uno de los primeros libros que me apropié de la biblioteca de la casa era una gruesa antología. Quizá me acostumbré a la brevedad, porque ahora me pa

rece, con Borges, «desvarío laborioso y empobrecedor (…) el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición cabe en pocos minutos», y me ocurre en pintura. Fuga?: a ratos, aprendo a tocar el piano -otro juego apasionante. Si no pintara, sería compositora y me pondría a la cola de Falla, Albeniz, Rodrigo, N. Rota, Gershwin y Satie -que tampoco sabía solfeo. -Si ¿pero de qué huye? -de cualquier estilo evidente, de sí misma, de un extremo al otro. También podía haberse llamado “la distancia ella misma”1, “cómo me fastidiaría haber encontrado mi estilo”, o “¿Cómo ser la verdad y continuar creyendo en ella? ”2.

91sedvenusbagitaVenusbájita

Me gustan los contrastes forzados, las luces dramáticas, los colores saturados, sus matices y los grises, todos los blancos, todos los negros. La ”Venus de Urbino” y la “Olimpia” da igual quién las pintara, tan distintas y, sin embargo, se diría que la misma. Podía haber seguido con las venusgórditas (con el acento cambiado, también suena a griego), las altas, las feas; hay tantos tipos, y no sólo mujeres, que rara vez son objeto de representación… Era demasiado fácil hacer una serie. Quizás más adelante vayan apareciendo. Pinto los cuadros que quiero mirar y éstos son muy diferentes entre sí. Simplemente, yo tampoco soy siempre la misma.

SalomeSalomé

“Por el hecho de ser humanos, y vivir en la sombría perspectiva de la muerte, conocemos la violencia exasperada, la violencia desesperada del erotismo”. G. Bataille: «Les larmes d’Eros».

Salomé sólo era el beso que quise que ocupara todo un cuadro, hasta que una tarde la cabeza de su hombre apareció suspendida sobre el fondo negro. Guiar unas gotas de pintura roja para ponerle el nombre de un arquetipo de pasión y destrucción, el resto fue rápido, inevitable, necesario: yo era solo la intermediaria, el conductor.

92multdanceMultitudes

Hay ciertas quejas de Klossowski que comparto: tampoco se suele mirar la manera como utilizo mis pinceles -tengo muchos-, sino leer mis composiciones; y en mi, éstas suelen ser fruto imprevisible del «cómo» empiezo y voy pintando cada cuadro. Y en el fondo, y sobre todo en la superficie -que es lo que a ambos nos ocupa, maestro Pollock- ¿las infinitas combinaciones de pintura derramada all-over el lienzo, no habrían de llegar un día a reproducir también el esquema azaroso que configura los rasgos únicos de mi vecina o el que contabiliza la masa de forofos que intuyo -sin gafas- desde el balcón? De Miguel Angel, la Sixtina; de Bronzino, la “Alegoría del amor y el tiempo”; del Bosco, su “Cristo con la cruz”; de Ensor, las máscaras. Además, seguía jugando con Pollock y con estampados -no creo que sea faltarle al respeto- (probando a extremar distintas densidades pictóricas, casi por centímetros cuadrados), cuando pinté esta serie de doce cuadros -que sigo ampliando aleatoriamente cuando me apetece. Apenas sí se puede decir que hay figuras, tanto como que no hay fondo (en todo caso, éste acota, se extiende y se interrumpe del mismo modo que aquéllas). Tampoco hay composición, o más bien ésta se convierte en una red. Durante un tiempo me entretenía todo eso; tal vez sólo cumplí una urgencia de horror vacui barroco y mediterráneo. Es difícil conseguir una buena reproducción de las superficies de los cuadros, se pierden la mitad de los colores que una se ha entretenido en matizar; los negros, por ejemplo, tienden a desaparecer -incluso en directo- si el cuadro no ha sido barnizado. He seguido utilizando a menudo soportes cuadrados: entonces me sirvieron para abstraer más el formato, y ahora me gustan. Al final me quedé con las ganas de titular con un nombre propio cualquiera de estos cuadros; cualquiera podía ser también un retrato camuflado.

93aLaDISTORSIONISTALa distorsionista *

De nuevo es un relativo autorretrato: a un cuerpo determinado le puse otra cabeza que me interesaba más; no soy capaz de torcerme así…aunque conozco la sensación. Me pareció entonces un límite compositivo el hacer coincidir varios esqueletos en un cuadro con figura, que fuera ésta la que se doblegase literalmente a las dimensiones del cuadro, y que éste fuera a su vez forzado en su composición al esquema de aquélla («los propósitos y teorías no son otra cosa que estímulos: la obra final suele ignorarlos y hasta contradecirlos”3). Semejante empeño llevaba implícita inevitablemente la rigidez de la risa. El título se lo puse por Kitaj; Balthus también me gusta mucho: ambos siguen vivos. Después de todo, parece más un Cranach, un Grünewald. A este cuadro también se le pueden dar vueltas.

93-NocturnosElSuenoEl sueño (del dormir) *

Siempre me gustaron algunos Füssli, también “El espíritu de la muerte mirando” y “La pérdida de la Virginidad”, de Gauguin y Munch, y Chagall. Sin embargo, después de haber tapado un cuadro con un bote de azul que me sobraba, cuando pinté mi durmiente, el resto no existía en mis previsiones -rara vez ocurre: lo que prometía llegar a ser un interior se fue poblando, apareciendo fragmentos que hasta el final no domestiqué. El fantasma a los pies de la cama, lo es: quiso aparecer y se lo permití -otras veces no lo hago: igual que en la superficie de algunas piedras y baldosas o en la forma de las nubes, hay siempre demasiados esperando latentes en las superficies de los cuadros. La mancha roja, antes que sangre, fue una necesidad de color. Las intenciones, ideas o significados, las interpretaciones van apareciendo después de que me ocurran los cuadros. En general, «yo los pinto y los demás me los explican» -decía Sorolla. Aún así, no parece que se agoten los símbolos; debe ser parte del fenómeno.

 93-Seducc-EL-TORERO-MUERTOEl torero muerto

Algunos cuadros acaban teniendo composiciones, texturas o matices complicados por el camino; otros, sin embargo, permanecen más quietos: cada vez más, el final resulta del todo incalculable.

Buscaba simplemente disfrutar pintando un bello hombre desnudo, cuando elegí éste porque el escorzo me recordaba el soberbio muerto de Manet. Ni siquiera hubiera conservado su nombre, si después no hubiera hechado a faltar algo a la derecha. El papel lo interpretó A. Huston porque nadie más se presentó a las pruebas y desde el primer momento me gustaron su nariz y su caja torácica. Con el tiempo, ahora observo que la elección de ciertos formatos, encuadres y escalas quizás obedece a mi amor -infiel- por el cine. En todo caso, aquí el punto de vista es importante. Las figuras tienen luces distintas; el desnudo acabó teniendo la que proyectan los televisores.

LaMujerPintaLa mujer lo pinta todo y la mujer no pinta nada*

El soporte de formato extremoso fue un regalo que había que aprovechar. El resto, simplemente ocurrió: primero estuvo sola durante meses la cabeza enorme del extremo izquierdo; luego, su mano y el pincel desencadenaron lo demás. Me interesó el asunto clásico del “artista y su modelo”, y tratar de conciliar dos maneras distintas de pintar. ¿Pintura dentro de la pintura? Suena tan inútil como abstracción, figuración, realismo y otras palabras fatales: todo está pintado, y es artificial por definición. No pretendo establecer un discurso: para mí, la pintura es un juego emocionante donde existe la posibilidad de aprovechar todos los medios para intentar lograr algo intenso. No me interesa concretar si no es cada cuadro (y dentro, en función de ese Todo, casi cada forma), ordenando el caos sin fingir, con honradez y cuidados. “Frecuentemente, (…) en una primera sesión percibo sensaciones frescas y superficiales. (…) Podría bastarme simplemente una obra esbozada, pero me cansaría inmediatamente”4: también en el que contempla, a veces, unas pocas capas de pintura bastan para producir una emoción estética; si sigo corro el riesgo de perderla, pero también de lograr una mucho más intensa -me gusta esta dificultad. Un cuadro es el resultado de tensiones, una elaboración a golpes de contradicciones: me parece natural lo indefinible, la ambigüedad, la paradoja, el despilfarro. No persigo la ilusión de coherencia que aseguran las variaciones, los sistemas, las series, agotar una idea, un recurso, construirme un estilo: no pretendo demostrar ningún orden estable… Y todo esto tampoco son premisas, sino márgenes de mi libertad y de mi disfrute. La cabeza opuesta me recuerda los amorcillos clásicos, cuyas alas -aquí manos- surgen de una cabeza desproporcionada. Los dos hombres no existen enteros. El título se fijó durante un tiempo en que los acontecimientos me mantuvieron perpleja. Más adelante, “pensé en lo desagradable que era que le dejaran a uno fuera; y pensé que quizá era peor que le encerraran a uno dentro”5.

LeBainTurcEl baño turco

«A lo largo del tiempo, la memoria va formando una biblioteca dispar», decía Borges; yo añadiría también un museo heterogéneo, hecho de cuadros o de imágenes (sin fecha ni autor) cuya contemplación fue una revelación. En el mío, muy pronto estuvo el cuadro de Ingres: recuerdo primario, como un ojo, un agujero o una tarta, la carne inocente y el goce del dibujo desorbitado. Un día una, otro día tres, durante semanas ninguna: a lo largo de meses, sin prisa, fueron apareciendo las figuras. Algunas se pelearon hasta encontrar su lugar definitivo, algunas siguen haciéndolo… no osé intervenir. Hay turcos auténticos, modelos de revistas y hombres que no existen. “Quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas” -seguía diciendo el argentino.

meninaMenina (seduciendo a Velázquez)*

Este cuadro empezó siendo un ejercicio de estilo -quizá a la manera de los de Picabia, en pintura, y luego se complicó. La pose, la fijó un retrato de Tiziano que siempre me fascinó y que yo llamaba la ”Venus con pieles”6; el marco pintado, lo sugirió un «retrato de A. Bas“ de Rembrandt que vi. por casualidad, y el telón-tocado rojo, la cabeza de Mariana de Austria de Velázquez, que aún sueño emular. Supongo que también perseguía algo de la dama del pecho de Tintoretto que hay en el Prado, algo de la escuela de Fontainebleau. La chupa es la mía.

En cuanto al autoexhibicionismo de la mujer, inherente al Desnudo tradicional, y el complejo específicamente occidental del desvelamiento, no tengo nada que decir: “ Es el hombre el que cree que su discurso sobre la mujer o sobre la verdad concierne (…) a la mujer. La circunscribe”: Derrida, por lo menos, admite sus prejuicios.

Notas:

  • Este texto se publicó en el catálogo editado por el Club Diario Levante, con motivo de la exposición «Victoria Contreras: pinturas» en 1995
  • * : Todos los cuadros marcados son autorretratos.
  • 1-2: J. Derrida, Espolones (Los estilos de Nietzsche).
  • 3: J. L. Borges, Obras completas.
  • 4: H. Matisse, Notas de un pintor (1908).
  • 5: V. Woolf, Una habitación propia.
  • 6: Más que una obra de Masoch que no he leído, era mi canción favorita de los Velvet Underground.

Puedes ver estos cuadros ampliados y el resto de mis pinturas en www.victoriacontreras.com

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